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Esa cicatriz se transformó en una flor en mi vida

 

Cuando tenía 17 años estaba muy perdido, acababa de salir del colegio y no tenía muy claro lo que quería hacer con mi vida. Estaba a la deriva en un mundo hostil que no comprendía. Mientras escribo este texto quisiera que ustedes entendieran de manera sencilla todas las preguntas que me abordaban entonces, seguro ustedes también las han sentido.

Me sentía solo en un mundo que privilegia la apariencia por encima del ser. Un mundo de antropófagos drogados de orgullo que se tragan vilmente los unos a los otros. De asesinos de la esperanza, verdugos de los orgasmos. De ratas de alcantarilla disfrazadas de santos y salvadores, que proliferan vociferando vomitivas mentiras, y estas son vendidas como grandes revelaciones en los más burdos infomerciales. De aquellos dueños de letrinas sexys con luces de neón, que se apropian de los ríos y los páramos, los contaminan, matan lentamente los pueblos aledaños, y luego venden el río envenenado en lindas latas de colores. De gobiernos de sombras y muerte que desaparecen niños cada día, los violan una y otra y otra vez en oscuros sótanos olvidados, mientras se atragantan placenteramente con la sangre de los trabajadores empobrecidos, y salen en grandes alocuciones proclamando descaradamente complots de desprestigio en su contra. Un mundo en el que tienes más posibilidades de descubrir un cuerpo desmembrado en la basura, antes que encontrar el amor. Veía el mundo como una gran fosa común, pestilente y podrida, que engulle sin remedio a todos y a todo.

 

No veía salida de ese laberinto, aquel inmenso escenario de dementes. No había escapatoria ante aquella sórdida pesadilla a la que poco a poco despertaba mientras más vivía, leía e investigaba.

Sin embargo, desde que tengo memoria, lo único que me salvaba de aquellas emociones que me rondaban incesantemente, era el trabajo creativo. La transmutación y catarsis de aquellas oscuras realidades a las que solo podía acceder encerrado en mi habitación, dibujando, cantando o escribiendo.

 

Y pensé que si debía hacer algo con mi vida iba a dedicarla a algo relacionado con el dominio de la imaginación, de la creatividad, el único templo puro que podía identificar.

Así que mi primera opción, cuando me tropecé de frente con la decisión de escoger una profesión, fue dedicarme al diseño gráfico, ya que inocentemente pensaba que era una alternativa que me permitiría ganarme la vida mientras dibujaba, nada más que ingenuidad.

La política también llamaba mucho mi atención, porque veía en ella la única posibilidad de cambiar el mundo, incluso si debía nadar en aguas repletas de pirañas. Así que otra opción que consideré fue estudiar ciencias políticas. En este momento, mientras escribo esto, todavía tengo el deseo de cambiar el mundo, de ver un mundo nuevo, más justo y equitativo, donde podamos desarrollar nuestras más insospechadas habilidades y nos apoyemos en la búsqueda de sentido. Donde preservemos la luz, la cultura, la miel de los corazones. Un mundo en el que entremos en otro tipo de percepción, de múltiples realidades interconectadas, en el que exista un equilibrio entre el pensamiento poético y el pensamiento científico. Un mundo de maravillas donde los inventores sean como niños y la imaginación se alce en el poder… lo sé… una utopía.

Ahora veo las cosas con un poco más de claridad y sobriedad, y sé que la maraña en la que estamos inmersos es mucho más compleja de lo que imaginaba en aquella época de adolescencia. Sin embargo, ese deseo de transmutación nunca se ha apagado y creo que ese es el espíritu que anima al corazón humano a continuar esta extraña historia colectiva. Empero, ya no creo que el mundo de la política sea el camino correcto para llevar a cabo ese cambio, creo que por el momento se trata de una lucha estéril en ese ámbito, debido a la corrupción generalizada que existe en el corazón de quienes entran en contacto con el poder. Ahora creo mucho más en la política del cotidiano, en la creación de redes comunitarias, en las luchas de los “nadie”, en la sublimación de lo infra ordinario, en la des jerarquización de las esferas del poder y la educación, en la búsqueda de equilibrio y comunicación sutil con la madre naturaleza, en la exploración sin descanso del sentido profundo de la vida, en el vasto y difícil trabajo de autoconocimiento, en la transmutación a través del arte.

 

“Crear una sola flor es trabajo de siglos”

Wiliam Blake

 

En aquella época, estamos hablando del año 2005, realmente no me sentía parte del mundo. No quería formar parte de esa dinámica social que nos fue vendida desde la infancia como un sueño de vida, que hoy creo es solo una ilusión que se muestra intacta y reluciente por fuera, pero que se ha podrido por dentro. Esta idea de la vida mecánica que reduce la existencia a una triste carrera: nacer, estudiar, trabajar, casarse, tener hijos, trabajar más, y morir. ¿Puede haber una mejor definición de prisión? ¿Puede acaso el hombre soñar con un destino más triste para el gran milagro de la vida? Aquel plan es fuente del olvidado asombro de estar vivos, como reza el verso de “Piedra de Sol” de Octavio Paz.

“Las máscaras podridas

que dividen al hombre de los hombres,

al hombre de sí mismo,

se derrumban

por un instante inmenso y vislumbramos

nuestra unidad perdida, el desamparo

que es ser hombres, la gloria que es ser hombres

y compartir el pan, el sol, la muerte,

el olvidado asombro de estar vivos;”

Por el contrario, y gracias a mi madre, siempre me ha seducido la libertad, la facultad de volar sin límites, de conservar la capacidad de asombro de los niños. La idea de poder percibir sin obsesiones ni apegos todo lo que es humanamente posible, sin dañar deliberadamente a nadie, incluido yo mismo.

Pero la sociedad se impone y te ata con un sistema de hilos invisibles que te doblegan poco a poco, obligándonos a imaginar sin descanso estrategias de escape.

Entonces, me encontraba inmerso en una difícil confusión, caminaba entre las calles bogotanas con la cabeza baja mientras veía grafitis escritos rápidamente sobre los muros: No hay futuro. Llevaba conmigo con todo el desasosiego que “el sueño del planeta” inscribe en nuestras mentes cómo una infinita desconfianza del porvenir. Un miedo de no poder superar las expectativas del mundo, de la sociedad, de mi familia, de mi madre, pero, sobre todo, de mi padre.

En aquella época, le dije a mi padre con mucha esperanza que quería estudiar diseño gráfico, lo único que me gustaba era dibujar y creí que sería un buen punto de partida. Él rápidamente me respondió que no, que no estaba de acuerdo con mi decisión y que debía ser ingeniero para construir una tradición familiar. Entre sus palabras pude percibir rápidamente que se encontraba una premeditada planificación de mi vida, una estructura muerta que yo no deseaba, sabía que si aceptaba sus condiciones no estaría realmente viviendo, sino que me convertiría en un apéndice que extendería la historia de alguien más, una lánguida copia de su propia existencia.

Me fue muy fácil imaginarme muerto cuando pensé en la ingeniería. Aquella fugaz intuición me hizo saber rápidamente que allí no estaba mi camino. La mente y sus ensoñaciones sabías me mostraban el callejón sin salida en el que me metería. Pero ¿Cómo traducir a mi padre estas visiones de manera racional y ordenada, para que él llegara siquiera a considerar escucharme y llegara a entender?

En ese momento la preocupación de mi padre se basaba en la precariedad económica que se vive en Colombia. Un país que sufre las consecuencias de una colonización terrible y una guerra que no cesa. Una sociedad precarizada y llevada al límite de la violencia y la pobreza, que a los ojos de sus dirigentes lo menos importante son las humanidades. Mi padre conocía bien esto, ya que su familia sufrió los desastres de la guerra en el Tolima, territorio en el que se vivió una de las más execrables apariciones de la violencia entre rojos y azules, como se conoce a los simpatizantes liberales y conservadores. Estos fueron famosos por matarse unos a otros de maneras abominables, dejando firmas sobre el cuerpo del contendiente para generar miedo, como abrirle la garganta al desdichado y sacarle la lengua a lo largo del torso como una corbata, o desmembrar el cuerpo, cortarle la cabeza e introducir las extremidades en el agujero del cuello, como un florero. 

Yo entendía, su familia, es decir, mis abuelos, mis tíos y primos, habían sido desplazados por el terror que asoló aquella región. Tuvieron que salir rápidamente de su casa en Ibagué y escapar hacia los cordones de miseria, los límites de la ciudad de Bogotá. Allí se instalaron en una precaria casa de lata en la que apenas cabían mis abuelos y sus 16 hijos. Mi padre que, en tales condiciones fue el único de sus hermanos y hermanas que logró graduarse de una carrera profesional, sabe muy bien lo que es pasar hambre y necesidades, y nunca ha querido que nosotros, sus hijos, tengamos que volver a vivir una experiencia así de nuevo. Así que el poder acceder a una profesión que me permitiera tener un sueldo fijo y una estabilidad económica, condicionó irremediablemente mi decisión en ese momento.

Acordamos posteriormente que estudiaría una carrera que estuviera entre el diseño y la ingeniería. Mi padre es profesor en varias universidades en Colombia, en el ámbito de la ingeniería mecánica, el tratamiento de aguas residuales y las energías renovables. Entonces me consiguió una beca para estudiar diseño industrial en la Universidad Autónoma de Colombia, en la cual él es profesor. Allí duré un corto periodo de tiempo, dos semanas, no soporté más. No podía concebir aquella idea que me metían hasta el fondo de la tráquea en cada clase: “Lo que no vende no sirve, la imaginación que no esté direccionada al ideal de aumentar el consumo capitalista es simplemente una pérdida de tiempo, dejen de soñar”. Cada frase que oía salir de las bocas de los profesores dilapidaba mi manera de sentir, me ahogaba, mataba mis ganas de vivir.

Me sentía como un extraterrestre entre personas que habían sido adoctrinadas para aceptar lo que fuera sin cuestionar, sin pensar, sin sentir. Me refugié en el alcohol para escapar de aquella situación y llegaba a las 3 de la mañana para decirle a mi padre que no quería estudiar eso, que no era feliz. Él lo veía como un simple capricho adolescente que pasaría en algún momento, y yo no sabía de qué manera expresarle todas las tribulaciones que me atravesaban en el centro del corazón. Le manifesté como pude mi descontento y como consecuencia tuve que hablar con los profesores y con el director de la carrera. Ese era su último intento de convencimiento. Sin embargo, les dejé en claro que para mí no era indispensable estar en un lugar en el que la única motivación es satisfacer los deseos de un cliente, diseñando y vendiendo objetos que las personas realmente no necesitan, y más aún, generando vilmente esa ilusión de necesidad. No quería ser parte de ese mundo extraño y fútil, que hoy nos tiene al borde de una catástrofe inminente.

Hablé con todos ellos, nadie me pudo persuadir de lo contrario.

Entonces, envalentonado por las conversaciones que había tenido, me aventuré a decirle a mi padre que quería estudiar arte, y él muy rápidamente me dijo que no me iba a apoyar en ese proyecto.

 

Para él el arte era algo sin sentido, solo se encargaba de embellecer. Creo que no hallaba ningún misterio ni utilidad en la belleza. Pero su visión era mucho más precaria y entendible, pensaba sobre todo en la parte económica, creía que dedicarse a las artes era la manera más fácil de morirse de hambre.

 

Para mí el apoyo de mi padre siempre ha sido muy importante, su mirada siempre ha estado presente sobre mí. Quizás, debido al vacío latente que dejó su ausencia en mi infancia, siempre he querido, inconscientemente, demostrarle que soy digno de su amor.

Inmerso en aquella dicotomía comencé a deambular por las calles. En ese momento ya intuía que mi vida no iba a estar enmarcada en la normalidad de la rutina, no estaría en una oficina vendiendo cosas que no necesito ni tampoco compraría. Sin embargo, la sociedad colombiana, y en general el estado social del mundo, nos han dejado ver una estrategia de estrangulamiento económico terrible para las poblaciones empobrecidas, no solo materialmente, sino de espíritu. La degradación puede olerse en las calles apestadas de orines, en el mugre, en las palomas con tres patas, en el hedor de la carne humana que se ha cocinado en las ollas, en las caras de bazuco que deambulan por los callejones, en el olor a mierda y sangre, en el olor a alcohol y farra, a noche sudorosa y pique agitado, en las oficinas repletas de cocaína y documentos que avalan masacres de las poblaciones más alejadas de Colombia, en las orgías entre mansiones, en los paramilitares, en la guerrilla, en el ejército, en la vecina de al lado, en el parcero, en el señor del banco, en el taxista, en el del noticiero… todos mienten o te quieren robar o matar si les das la oportunidad, o como decimos coloquialmente en Colombia: No hay que dar papaya.  La sociedad te coge por el cuello y no para, y uno aprende rápido una verdad a medias: o te paras duro, o la vida te para duro.

 

En ese entonces estaba muy aturdido y tremendamente triste, tenía una depresión en aumento por no poder encontrar mi camino y sin buscarlo me encontraba todo el tiempo fantaseando con la muerte. Una situación bastante morbosa, patética y peligrosa en la que todo el tiempo me imaginaba el placer de estar muerto de múltiples maneras.

 

Tenía visiones dementes en las que me metía en máquinas trituradoras de carne una y otra y otra y otra vez. En una de esas fantasías me apuñalaba repetidamente en el pecho con un cuchillo de cocina, me tomaba una gran cantidad de pastillas, bebía rápidamente una botella de ron, y justo cuando todo comenzaba a hacer efecto me lanzaba de lo más alto de un edificio y en el aire me pegaba un tiro en la cabeza. Quería hacer un buen trabajo como puede darse cuenta.

 

Incluso llegue a crear un elaborado plan para tirarme del edificio Colpatria, el más alto de Colombia en ese momento. 196 metros de caída libre hasta estrellar mi cráneo en el asfalto, la fantasía de cualquier suicida.

Pasaba mis días entre ideas suicidas y el consumo desmedido de alcohol y pegante. Allí comencé a consumir marihuana, cocaína y a cortarme repetidas veces los brazos en una especie de ritual frenético en la intimidad de mi cuarto, el cual tenía lugar cuando me encontraba desbordado de emociones, de rabia, de angustia, de impotencia, de miedo, de asco, en el que tenía ganas literalmente de estallar en mil pedazos y no volver a este mundo.

 

Nunca me gustó la idea de hacerle daño a las personas, así que para no dañar a nadie guardaba todo lo que yo sentía y cortaba mis brazos a la altura de mis hombros, pensando en poder ocultar fácilmente mis heridas a las personas. Dibujaba líneas finas con un el bisturí sobre mi piel. Lo sujetaba con fuerza y lo deslizaba apretando la cuchilla contra mi carne. Debido a la profundidad de las heridas la piel se abría poco a poco, lentamente, dejando al descubierto los músculos y las terminaciones nerviosas mientras la sangre salía paulatinamente, cubría todo mi brazo y manchaba las sábanas de mi cama. Es extraño, pero cuando recuerdo esos eventos mi mirada no está encarnada, en mi memoria soy como una cámara que lo observa todo desde arriba, yo me encontraba a 3 metros de mi cuerpo, flotando. Cuando veía la sangre correr el placer llegaba, era como un suspiro de liviandad que se presentaba como una bendición y refrescaba mi existencia. Me permitía continuar sosteniendo el día. Sin embargo, luego llegaba la angustiosa culpa acompañada de un silencio húmedo y frío. La rabia contra mí mismo y la imposibilidad de contarle a alguien sobre lo que estaba haciendo. Me encontraba realmente preso en una espiral auto destructiva en la que yo era la víctima, el verdugo y el espectador de aquella infausta ceremonia.

En la casa de mis padres, donde vivía en aquel entonces, hay varias bibliotecas. Una que pertenece a mi padre y alberga libros de ingeniería, energías renovables y diseño de máquinas. Otra que pertenece a mi madre que alberga libros sobre salud, fonoaudiología, literatura y espiritualidad. Mi hermana tiene en la de ella libros sobre el origen del lenguaje, y sobre literatura francesa y latinoamericana. Y la mía, que ronda temas sobre el arte, la espiritualidad, la alquimia, la literatura, la magia, la psicología y los estudios sobre la imagen.

Una mañana, cuando nadie estaba en mi casa y podía moverme libremente, me encontré sin darme cuenta revisando la biblioteca de mi madre, curioso. A ella le gusta guardar muchos recuerdos y libros que pertenecieron a su familia. Encontré allí un libro que me pertenecía, que yo utilicé cuando era pequeño, un libro de Mafalda, aquella caricatura fantástica del siempre genial Quino. El libro tenía en su portada una etiqueta para identificarlo como mío en el jardín de infantes. Aquella etiqueta decía:

-Nombre: Uriel. Profesión: Pintor.

Cuando leí esto abrí mis ojos y una claridad inmensa llegó a mi mente: Mi niño interior siempre supo que yo era pintor, aquella revelación llegaba como un bálsamo en medio de mi enfermiza situación. Dije entonces: voy a cumplir el sueño de aquel niño, voy a ser pintor. Y así, sin vacilar, decidí dedicar mi vida a las artes, honrando el sueño de un chiquillo que me susurraba sabiamente desde el pasado.

Esa mañana, embelesado por la revelación, seguí revisando los libros de aquella biblioteca. Comencé a encontrar una relación muy interesante con un pasado que había olvidado o con el cual no tenía ninguna relación consciente. Afortunada o desafortunadamente nunca conocí a tres de mis abuelos. Para mí son como fantasmas que habitan el lejano lugar de las historias que me cuentan sobre ellos. Caminando en medio de estos libros encontré una colección de librillos de mi abuelo materno. Se llamaban: enfermos famosos, entre los cuales estaban grandes personalidades que destacaban por su genio, pero también por su locura. Primaba en aquellas historias la incomprensión de sus contemporáneos, el éxito, la enfermedad, la alienación, la intensidad de la vida y el advenimiento de la fama después de la muerte. Busqué entre estos librillos y encontré uno sobre Vincent Van Gogh. Yo conocía superficialmente su pintura, sus inconfundibles remolinos enérgicos y sus paisajes bucólicos habían dejado huella en mi memoria. Pero ignoraba completamente su historia de vida. Me conmovió hasta los huesos y me sentí muy identificado con él. Tenía por primera vez un aliado en aquel estado depresivo en el que me encontraba.

Paralelamente sentía deseos de buscar vías de escape, de conexión con los otros, un lugar en el que no tuviera aquellos pensamientos morbosos, donde no me persiguieran como mil moscas zumbando alrededor de un cadáver descompuesto. Me encontraba entonces en entornos ruidosos, en fiestas donde la gente bebía mucho alcohol y bailaban al ritmo del reggaetón, la salsa, el merengue o el vallenato, música muy común en Colombia.

 

No obstante, aunque estuviera rodeado de personas y de una aparente alegría, me sentía muy aislado, podía ver los lazos que cruzaban los grupos de personas, las invisibles líneas de fuerza, las traiciones, las malas intenciones, la superficialidad, los vacíos y los excesos, las dagas esperando ser clavadas por la espalda, y ahí estaba yo, tratando de comunicarle mi verdad al viento, tratando de hallar alguien con quien hablar de la profundidad de la vida, y no solo de dinero, de sexo o de futbol.  Muchas veces, cómo si una parte de mi cuerpo fuera halada por una cuerda invisible era expulsado de aquellos entornos, me encaminaba entre calles agrestes dominadas por lobos y me refugiaba en los bosques, allí podía encontrar a veces gente que le gustaba cuestionarse, hablar sobre la existencia, el amor, la filosofía, el arte, el universo.

Entonces alguien me dijo: oiga, usted se parece al “Felpo”.

El Pacto

Felpo era un punkero, tenía un tornillo en una oreja y una cresta entre roja y rosada. Compartíamos gustos musicales, le gustaba mucho escuchar Nirvana y una banda de punk de Medellín que se llama Gp, de las mejores bandas de Punk que he oído. La banda se formó en 1984 gracias a Oscar Roldán y Jaime López, más conocido como Jimmy Jazz. Ellos crecieron en el convulso ambiente de las comunas de Medellín, en Aranjuez, la comuna número 4. La falta de oportunidades, las drogas, la violencia, la pobreza y la muerte fue el caldo de cultivo de aquella generación.

Era la época de los 80s y Pablo Escobar dominaba todo el Narcotráfico. Mataban policías y narcos todos los días, y ponían bombas en cualquier lugar, masacraron muchas personas inocentes, todos los colombianos tenían los nervios de punta, nadie estaba a salvo.

 

En medio de esta situación convulsa estaban estos muchachos que por aquel tiempo contaban nuestra misma edad, 17 y 18 años. Sin dinero, sin futuro. Ellos cogieron unos tarros y unos instrumentos mal hechos y comenzaron a cantar todo lo que vivían y pensaban. Pero es una de las pocas bandas de punk que considero fueron más allá e hicieron poesía. Sus letras lograban ilustrar la complejidad de los sentimientos que albergábamos.

 

Esta es una canción que me acompañaba en aquella época, muchas veces sonaba mientras me cortaba.

 

La última vez que la escuché en vivo fue hace muchos años, estaba en un bar en el centro de Bogotá. GP se iba a separar y era su último concierto, un punkero medio loco había arrancado un inodoro y todo el lugar se estaba inundando. Cerraron el bar. El habitual vértigo del pogo era remplazado por una danza serena, la policía intentaba entrar a la fuerza y golpeaban las puertas de lata con sus macanas mientras por dentro los contenían a empujones y patadas. Todo era un caos, pero la pista era el ojo del huracán. Se formaron algunas parejas, que bailaban tranquilamente sobre el agua de las cañerías mientras sonaba esta canción:

“La hechicera”

Pensar un poco en soledad

es cuando ella entra sin golpear

frialdad de tactos al contacto

que conduce hacia un vacío...

la locura

 

Recuerdos que brotan entre lágrimas

la angustia encerrada entre las manos

sin salida de esta paz siniestra

consumirse en el silencio

solo...  tan solo

 

Y en un rincón

en soledad

se duele el alma

llora mudo el corazón

en el silencio

se muere el ser

en gritos ahogados que el viento apaga...

sin compasión

 

Reproches que resbalan en la piel

la cordura que tiembla en su

 limbo

anhelo del alma de huir de escapar

vivir deseando el viaje...

sin regreso

 

Y en un rincón

en soledad

se duele el alma

llora mudo el corazón

en el silencio

se muere el ser

en gritos ahogados que el viento apaga...

sin compasión

 

En un rincón de este mundo interior

la depresión como un cáncer

consume esta alma ya frágil

que agoniza

que muere

 

GP.

 

 

Cuando me encontré con Fabián sentí que el mundo estaba vivo, que no estaba solo. Ese man era bien raro, una de las cosas que me sorprendió fue una vez que lo encontramos por la calle y alguien le dijo por diversión:

-Felpo vomite.

Y Felpo, haciendo algunos movimientos abdominales extraños, vomitaba la comida, aunque ya la tuviera en el estómago durante varias horas. La volvía a tener en su boca, la mostraba en su lengua, la saboreaba ante la mirada de asco de sus espectadores, y se la volvía a tragar, decía que le gustaba más que cuando se la comía por primera vez. Podía hacerlo a voluntad cuantas veces quisiera, lograba controlar su cuerpo de una manera digna de un circo de Freaks.

Fabian acababa de salir de un centro psiquiátrico, aparentemente le habían diagnosticado un trastorno bipolar, le decían Felpo porque en las calles de Colombia a las bolsitas de cocaína se les dice “felpas”, y el man se metía mucha cocaína. Una vez se metió dos felpas de una, una por cada fosa, y se torció, su cuerpo no respondía y tuvo que caminar arrastrándose hasta su casa, como un incapacitado, su mamá muy divertida pensó que estaba jugando alguna broma mientras él angustiado rezaba a Dios para que no fuera a quedarse así de por vida.

Una vez felpo me habló de algo extraño, su tono de voz cambió, su mirada se hizo profunda como si estuviera mirando hacia dentro y no hacia fuera. Me dijo que una vez había ido a ver a una tía que estaba enferma, era muy joven, tenía unos 6 o 7 años, y su familia se lo había llevado porque era muy posible que su tía muriera. Le tenía mucho miedo a la señora porque la gente decía que era una bruja. Fabian me dijo que, en un momento, cuando fue a saludarla, vio a un sapo salir de su boca, y esto lo aterrorizó… por supuesto, nadie le creyó.

 

Unos días después, la señora murió. Los ritos fúnebres respectivos tuvieron lugar, la gente vestida de negro, el llanto, las velas encendidas, las oraciones. El niño se acercó al ataúd para ver a su tía por última vez, y lo que vio le heló la sangre. El cuerpo de su tía se acomodó en el ataúd haciendo movimientos suaves con sus hombros y se hundió en una inmovilidad fatal, como si estuviera durmiendo. La presencia de la vida en la muerte, la animación de la materia sin voluntad palpable, el ritual de la muerte en la tristeza y la imposibilidad de comunicar a cualquier persona lo que vio, creo que lo fracturó en una parte muy profunda de su ser.

Estos dos recuerdos eran sus tormentos de por vida, que yo sepa. Muchos otros podrían haber existido. Y creo que estaba usando las drogas para escapar de esas imágenes que lo perseguían a donde fuera.  Hoy creo que es muy probable que él fuera Medium y que podía ver la realidad psíquica y energética de lugares y personas, pero como no estaba acompañado, no sabía cómo manejar esta información.

Esa era su pulsión destructiva, pero también era una persona muy sensible, muy inteligente, se preguntaba por la naturaleza de las estrellas, por la espiritualidad, por la reencarnación. Con él hablábamos sobre política, biología, arte, música, sobre la vida en general. Él tenía una perrita labradora a la que le contaba todos sus problemas, ella sentía cuando él entraba en una crisis, le rasgaba la puerta y ella entraba para escuchar todos sus problemas. Cuando lo conocí acababa de pasar una época muy dura y se había convertido al cristianismo, en su mesita de noche tenía un montón de papelitos que le regalaba a la gente, con mensajes sobre cómo salvarse de las garras del infierno y acercarse a la iluminación.

Un día, buscando escapar de todo, emprendimos un viaje hacía Medellín, ciudad de la que era oriundo. Viajamos en un automóvil hacia una vereda que se llama Marinilla, donde vive parte de su familia. En el camino, mientras escuchábamos Spank Thru de Nirvana y viajábamos a toda velocidad por las serpenteantes vías de Colombia, hicimos un pacto, dijimos:

“El que primero se suicide visita al otro después de la muerte, a ver si la vida después de la muerte existe”. 

Yo no sabía lo que estas palabras iban a desencadenar.

Luego nos detuvimos en un río, nos bañamos, adoptamos a un mono que tenían encadenado en una casa y lo liberamos en la selva.

Ese viaje fue muy importante, allí conocí a su novia, que también era su prima, se llama Paula. Ella es bruja, bruja no en el sentido que la historia occidental nos ha enseñado, sino bruja refiriéndome a una mujer u hombre que está en plena consciencia de su condición energética, de su cualidad Inter dimensional, de su conexión con la tierra, las plantas, los animales y las piedras. Que se comunica con los elementos y que sabe manipular símbolos para cambiar consciencias. Sin embargo, en Marinilla, aún son muy anticuados y en la vereda la veían como la loquita, la que hablaba de cosas raras.

Es importante decir, hay muchos vacíos en el lenguaje y en la forma de entender racionalmente estos asuntos, que no nos permiten entender muchos misterios que implican tal práctica. Solo a través de la experiencia pude experimentar algún tipo de entendimiento que luego pude llevar a la razón.  

Cuando llegué hicimos una conexión instantánea y me expresó varias cosas interesantes: Me dijo que todos tenemos asignados 3 ángeles, que todo el tiempo nos acompañan, están con nosotros y nos cuidan, y me reveló el nombre de los suyos. Me enseñó algunas técnicas para ver el aura (a veces la puedo ver a veces no) y me enseñó a viajar a lugares a los que no podemos trasladarnos físicamente, mediante la meditación. Extrañamente la experiencia de entrar a estos lugares era muy parecida a la sensación inicial de drogarse con pegante o de desmayarse voluntariamente.

 

Yo oía grillos y sentía alfileres por todo el cuerpo, luego oía un eco profundo encima de mi cabeza y un túnel oscuro se alzaba ante mí, mi cuerpo levitaba y salía flotando por aquel conducto de profundidad insondable.

Quiero aclarar que cuando alguien me habla de sus experiencias más íntimas, no juzgo la información por la veracidad o la falsedad, pero lo veo con una mirada artística, es decir, el arte tiene aportes que pueden venir de la irrealidad y de la realidad. Sin embargo, en la medida en que he entrado en la búsqueda de la definición de estos términos, he comprendido que están íntimamente relacionados. Los relatos con los que he entrado en contacto en mi vida me han parecido hermosos por su singularidad, pero hay momentos en que las confirmaciones, las sincronicidades y los acontecimientos que esta información desencadena me han hecho saber que no hay que apresurarse a delimitar una experiencia como completamente ilusoria o irracional, y lo que hemos calificado como irracional se rige por otro tipo de reglas sobre las que todavía no tenemos una comprensión o un lenguaje adecuado para nombrar.

Aquellos ejercicios los hicimos algunas veces, a mí me interesaba mucho aprender y nunca nadie me había hablado sobre estos temas. Pero el viaje fue muy denso y no pudimos seguir practicando.

Con Fabian duramos viviendo en una carpa como por mes y medio, la carpa estaba llena de botellas vacías de cerveza, de colillas de cigarrillos, de cajas de aguardiente y de telarañas. Consumíamos cocaína en las noches y tomábamos mucho alcohol.

Un día, volviendo de una fiesta, un hombre al que le decían “el torcido” salió de su casa con un machete dando saltos como un loco, comenzó a perseguirme entre el barro para matarme solo porque yo tenía el cabello hasta los hombros. Era una de esas personas ultraconservadoras que creían que los hombres no pueden llevar el cabello largo. Afortunadamente las personas que vivían alrededor salieron a defenderme, le explicaban que las personas que vivíamos en Bogotá éramos mucho más liberales y que tener el cabello largo no era sinónimo de homosexualidad o que los piercings no eran el sello de los adoradores del diablo, yo no podía creer toda la escena, me sentí arrojado a una realidad completamente diferente a la mía, estás personas vivían en un mundo inmensamente diferente al mío. Un rato más tarde me senté con aquel hombre mientras vaciábamos una botella de aguardiente, traté de hablarle sobre otras maneras de existir, sobre las revoluciones que se habían llevado a cabo en territorios lejanos, no sé si realmente me escuchó o si hoy recuerde algo de aquella conversación.

Otro día, estaba durmiendo en la casa de una tía de Paula, la cual nos había ofrecido amablemente un techo y unas camas donde dormir. Más o menos a las 6 de la mañana, cuando el sol se asomaba entre las montañas, Fabián llegó muy drogado, en un estado paranoico. Me pedía que le diera las llaves del carro por que se quería matar. Quería tirarse a toda velocidad por un barranco que estaba a unos 100 metros de allí. No le quise dar las llaves, nos empujamos y terminamos dándonos puños, lo inmovilicé con toda la fuerza que tenía hasta que lo pude controlar. Después de llorar mucho se quedó dormido, pero yo absorbí toda esa energía, no pude volver a dormir. Se despertó algunas horas después, se levantó a desayunar, saludó amicalmente a sus familiares, no recordaba nada y actuaba como si nada hubiera pasado. Las situaciones fueron volviéndose cada vez más tensas y en algún momento me cansé de tanta destrucción.

 

Y un día tomé la decisión de devolverme para Bogotá.

11 meses después me llamaron para decirme que Fabián se había suicidado.

Ese día algo en mí cambió por completo, mi mundo se destruyó, me sentí reflejado, di cuenta de qué pasaría si yo me suicidara. Todo el dolor que le causaría a mi familia, a mis amigos, todo se destruiría. Encontré un correo de Fabián que me había enviado días antes de su suicidio, me pedía que nos viéramos, que al menos nos tomáramos un café, que se sentía muy solo y quería hablar con alguien. Me enteré de que había enviado un mensaje parecido a varios amigos del grupo, ninguno de nosotros había visto el mensaje o había querido responder, porque la última vez habían entrado en un cementerio y Fabían los había desafiado para fotografiar dentro de una tumba que tenía una placa rota. Un amigo llamado Felipe, le decimos Fetish, él perdió la apuesta, y terminó entrando en el cementerio, puso la cámara en el agujero, y apretó el obturador. La imagen que vio lo aterró. Terminó fotografiando el cadáver de una señora en descomposición mientras Fabian reía. Todo el mundo estaba muy prevenido y cansado de su morbosidad.

Cómo nadie le respondió Fabián partió solo para su finca un fin de semana. Nadie supo nada de él.

 

Lo encontraron 3 días después colgando de un árbol.

Recibí una invitación para asistir al triste velorio, ceremonia la cual él me había dicho que detestaba. No hallé como decírselo a su madre, estaba destruida, era un mar de llanto y tristeza infinita. Me impresionó mucho ver aquella ceremonia de muerte, las velas blancas gigantes. Los pasillos apestando a nervios, tinto y cigarrillo. Los gestos prefabricados de familiares que le habían hecho la vida imposible y ahora decían que era una gran persona, un muchacho tan bueno. El ruido blanco del llanto incesante, la presencia de aquel ataúd que parecía sumir la sala en un profundo abismo. Todas estas imágenes retumban aún en mi memoria. Me dan vértigo. Me persiguen como un laberinto de aceite que gira sin cesar y me hace sentir borracho. De alguna manera tenía una idea muy romántica del suicidio y aquella desgracia corrió el velo que cubría mi visión. Esa experiencia me pegó una paliza y me dejó tendido en el suelo.

Y un día, Fabián cumplió su promesa… me visitó.

Yo sentía cuando llegaba a mi cuarto y me abrazaba. Era una sensación rarísima. Se presentaba como diciéndome “¡Oiga!, ¡estoy aquí!”. Pero yo sentía un dolor tremendo. Sentía la cabeza dando vueltas, me aturdía, aquella sensación venía como una marea y se retiraba misteriosamente de un momento a otro. Mi mamá angustiada me decía que yo parecía drogado todo el tiempo, tenía las pupilas muy dilatadas y no lograba conciliar el sueño, sentía que me estaba volviendo loco. Muchos de estos recuerdos tienen una veladura pálida. Cuando pienso en ello me siento envuelto de una cera fría, blanca y lejana. Creo que fueron tan fuertes que mi mente generó un bloqueo intentando protegerme.

Fabián quería que su cuerpo fuera cremado, la familia lo enterró.

Foto tumba Fabian 300 dpi.jpg

Y a mí mientras tanto me llevaron a un centro psiquiátrico. Mi mamá estaba asustada porque me veía muy desequilibrado. En esos momentos mi vida transcurría en una especie de delirio, mi realidad física reflejaba una conexión sobrenatural que no comprendía. Estaba demasiado enfermo para dormir, pero demasiado cansado para quedarme despierto. La depresión se anidaba en mi pecho, sentía como si un planeta inmenso me aplastara el tórax.

 

Descendí a mis infiernos, todo se veía oscuro, me sentía desamparado. A veces veía sombras fugaces arremolinándose a mi alrededor, pero al momento siguiente se iban sin dejar rastro. Nada tenía sentido, no sabía que estaba haciendo ni para qué. No podía llevar las riendas de mi ser. No podía comprender aquellos signos erráticos que gritaban mudos y me dejaban sordo. Mi cuerpo se había convertido en un sarcófago sellado de emociones que no lograba transmitir.

 

Me encontraba en un callejón sin salida. Sabía que no quería suicidarme, pero tampoco quería seguir viviendo. Me sentía como un pordiosero repudiado en los dos mundos, en la muerte y en la vida. Afortunadamente no me internaron en aquel centro psiquiátrico que paradójicamente se llamaba “La paz”. Mi mamá era consciente que dejarme en aquel lugar era agravar el problema. No obstante, comencé a tomar antipsicóticos y antidepresivos, pastillas que apagaban mi cerebro por unas horas, y comencé una travesía entre consultorios psicológicos.

Sin embargo, el universo de manera muy sabia te da lo que necesitas para aprender, aunque al principio no lo entiendas… y estaba a puertas de comenzar a descubrir ese sentido que siempre había buscado.

 

 

 

 

El poder sanador del arte

En aquella época, antes de toda esta maraña de sucesos, y después de seis meses de haberme retirado de estudiar diseño industrial, mi mamá estaba cansada de verme sin hacer nada y me invitó a sus clases de arte country. Eran clases en donde le enseñaban a hacer bandejas, servilleteros, cosas en madera, etc. Un sábado, sin nada mejor que hacer, decidí aceptar su invitación. Me sentía un poco incómodo debo aceptarlo, estaba rodeado de 7 señoras con batas blancas que pintaban flores de colores, mientras yo me recluía tímido en un rincón. Marta Lucia era el nombre de la profesora, nombre que significa: Señora Luminosa. La recuerdo como una cariñosa mujer de más o menos 50 años. Tenía cabello corto castaño y ojos amables, su baja estatura no impedía que llenara el ambiente con su presencia jovial. Martica, como le decimos cariñosamente, dirigía a sus estudiantes y les daba instrucciones entre risas y chismes.

En algún momento se acercó a mí y me dijo:

- ¿Y tú qué quieres hacer?

Yo la mire cohibido como diciéndole: nada fresca, yo aquí estoy bien.

Pero mi mamá imprudentemente respondió:

-Él también pinta, le gusta dibujar.

Yo avergonzado le hacía señas como diciéndole: oye no digas nada.

Le dije: yo no sé pintar.

Entonces aquella señora luminosa cogió un lienzo, unos pinceles, unos óleos y me los entregó diciendo: Mira, pinta.

 

Y fue como si la vida misma me estuviera dando los pinceles en la mano diciendo: ¿quiere ser pintor? ¡Pinte! Y comencé a pintar.

Terminé la pintura en unas cuantas horas, sin saber muy bien lo que hacía. Martica estaba tan complacida con el resultado que me dijo:

-Sabe que, venga que yo le voy a dar clases gratis.

Y así comencé a ir cada sábado para tener una cita con la pintura y aquellas siete señoras.

Esta es aquella primera pintura, está colgada al lado de mi cama en mi habitación, es una imagen muy importante para mí.

1ra pintura Uriel 300 dpi.jpg

Mi papá, que no contemplaba apoyarme en el camino artístico, comenzó a ver las pinturas que hacía, y que se iban apilando en la sala de la casa y en el altillo. Creo que finalmente reconoció en mí un talento. A veces lo encontraba inmóvil, en silencio, con mirada dubitativa en frente de las pinturas tratando de descifrar el significado de aquellas imágenes. 

Y entonces un día me dijo: -Está bien, que quiere.

Yo le dije:

-Quiero estudiar arte.

Él me dijo:

- No, yo no le voy a pagar una carrera como arte.

Entonces le dije:

-Ok, entonces un curso de fotografía. 

Aceptó.

Comencé entonces a estudiar fotografía artística en la Academia Francesa de la imagen. Ahí comencé a aplicar lo que estaba aprendiendo en la pintura, pero de otra forma, con la luz. Tenía una pesada cámara Pentax que cargaba celosamente cuando salía en expedición por las calles de Bogotá. Tomaba fotografías de escenas que me llamaban la atención, comencé tímidamente tomando fotos de las escenas que veía por la ventana de mi casa, luego me interesé por las pesadas sombras que producían los árboles sobre el asfalto. Poco a poco fui aventurándome cada vez más.

Recuerdo que en algún momento fuimos a un parque de diversiones que tenía un triste zoológico con animales encerrados en pequeñas Jaulas. En una de ellas había un oso que llamó mucho mi atención, estaba recorriendo su celda en círculos, el pasto ya no crecía por aquel dibujo que hacía incesantemente en el suelo con sus patas. La gente se amontonaba para verlo, se burlaban de él, decían que estaba loco. Yo decía, para mí, que los locos eran ellos, que se divertían con un animal majestuoso encarcelado cruelmente y luego juzgaban vilmente su sufrimiento, sin ningún atisbo de empatía. Aquel oso iba y venía en una especie de repetición autista. Me acerqué a la celda tratando de captar una imagen de aquel triste oso mientras me acompañaba mi madre y mi padre. Lo único que puedo decir es que el oso me vio, salió de su camino marcado, se acercó hacía mí, sentí sus ojos encontrándose con los míos, tomé una fotografía, y volvió a alejarse, sumiéndose de nuevo en esa rutina extraña, dibujando círculos en el pasto.

En la academia, me gustaba entrar en aquel cuarto rojo, misterioso, con olores extraños a químicos peligrosos. Me fascinaba descubrir poco a poco la imagen evanescente que aparecía mágicamente al contacto con el líquido revelador, y la fugacidad con la que aquella escena se tornaba completamente negra si se dejaba un corto periodo de tiempo bajo la luz.

En aquel curso me fue tan bien que mi papá me dijo:

-Está bien, le voy a pagar una carrera técnica, pero no una profesional.

Y entonces comencé a estudiar técnicas artísticas en la Escuela de artes y letras. Ahí aprendí de todo, jugaba con lápices de carboncillo, pasteles, oleos y acuarelas, moldeábamos en arcilla bustos deformes, o por lo menos los míos lo eran. Experimentábamos con diferentes papeles y soportes, dibujábamos en el computador, creábamos videos y tomábamos fotografías. Pero lo más importante, y es por esto por lo que estoy escribiendo estás palabras, es que comencé a sanar.

Por esta época sucedió el suicidio de Fabián.

En los meses siguientes al suicidio comencé a notar algo muy extraño. Siempre que sentía la presencia de Felpo, que sentía pasos detrás de mío y cuando volvía no había nadie, que sentía que una mano se posaba sobre mi hombro, el reloj daba las 11:11. Al principio no le presté mucha atención a este hecho. Sin embargo, comenzó a volverse cada vez más y más repetitivo, tanto que ya no solo era en el reloj, se hizo realmente presente. Por ejemplo, si iba a un restaurante con mi familia nos asignaban la mesa once. Si parqueábamos el carro nos daban el parqueadero 11. Si miraba la televisión salía el número 11. Si llamaba un taxi tenía las placas 111, en todo lado veía ese número, la sincronicidad de Jung. 

También tenía unos sueños muy extraños.

En uno de ellos viajé a un lugar, que para el imaginario cristiano podría definirse como el infierno. Era un espacio inmenso y desierto, estaba repleto de montañas y montañas de cráneos. Caminaba arrastrando mis pies entre los huesos mientras un gran cielo rojo se alzaba ante mi como una bóveda llena de nubes oscuras que indicaban tormenta. Yo tenía la intuición de estar en ese lugar buscando algo. Sobre mi espalda reposaban abiertas unas alas grandes, brillantes y blancas. Caminaba, caminaba y caminaba buscando algo importante, pero no tenía idea de que se trataba. Después de un largo trayecto por fin la encontré, era ella. Estaba a lo lejos flotando en la cima de una montaña de cráneos. Era una mujer de tez negra que tenía 6 brazos elevados, en su espalda reposaban seis espadas. Se encontraba flotando a 50 centímetros del suelo, meditando, tranquila y serena sobre aquel mar interminable de cráneos. En ese momento lo supe como una intuición fugaz. Estaba en ese sombrío lugar buscando la sabiduría. 

Me desperté y enseguida escribí y dibujé el sueño.

Ese día, una prima llamada Elive Johana, me invitó a ver un recital de guitarra en el Museo Nacional. Una antigua cárcel que ahora alberga gran parte de la historia de Colombia. Se hizo de noche. Extrañamente yo llegué temprano al recital, no soy la persona más puntual del mundo. Cuando llegué no había nadie en la sala de conciertos excepto unos viejitos que estaban unos 5 puestos cerca de mí, y como no había nadie más, oí su conversación. ¡¡Con sorpresa descubrí que estaban describiendo mi sueño!! ¡¡Describían un viaje al infierno en busca de la sabiduría, y decían que todo estaba escrito en un libro!! En ese momento llegó mi prima, me saludó y comenzó una conversación alegremente y yo no pude seguir oyendo. La sala comenzó a llenarse rápidamente y ellos cambiaron de tema. Yo no lo podía creer, ¿cómo era que estaban describiendo exactamente mi sueño?, ¿Por qué estaban teniendo lugar estos eventos sincrónicos? Entonces disimuladamente, cuando se acabó el concierto, seguí a los señores. Afortunadamente en algún momento volvieron a hablar del libro, oí que se llamaba “La revolución de lucifer” de un tal JJ Benítez.

Decidí comenzar a buscar ese libro. Lo busqué por todo el centro de la ciudad y no lo encontré, siempre me decían que estaba agotado, que no se conseguía, etc... Así que lo dejé de buscar por un tiempo en las librerías y lo busqué en internet, entonces leí algunas reseñas negativas que hablaban despreocupadamente como JJ Benitez había plagiado otro libro, llamado “el libro de Urantia”.

Días después, en una clase de diseño básico en la universidad, el profesor, que se llama Alejandro Gordillo, nos reveló, así sin más, que él no era de este planeta, que era extraterrestre y venía de un planeta muy lejano, y que este planeta, el planeta tierra, se llama Urantia.

Luego conocí a algunos compañeros llamados Mario Alejandro y Jorge en la clase de escultura, y mientras hacían surcos en la arcilla comenzaron a hablar sobre Urantia. Yo les pregunté si hacían referencia al profesor que había dicho que era extraterrestre, ellos extrañados y super interesados me dijeron que no habían oído hablar del profesor Gordillo, pero que les encantaría conocerlo.

Así que no era solo el 11:11 que se repetía, sino que Urantia también comenzó a aparecer en mi vida. Y aunque mi mente racional se resistía, pensé: esto ya no puede ser una casualidad. Comencé a buscar y encontré información diversa que señalaba que el 11:11 es la hora de la locura, la hora de una nueva apertura mental. Que en este momento hay 1.111 seres ayudando a dar un paso a la humanidad, un paso muy difícil, que consiste en cambiar su nivel de vibración para así elevar la conciencia planetaria, y que posiblemente, si veías la señales, era debido a que alguien cercano había muerto recientemente había podido abrir esa puerta.

Urantia es un texto escrito por medio de comunicación mediumnica por unas entidades llamadas Melquizedec, hermanos mayores o espíritus superiores. En el texto se explica cómo está formado el universo y la existencia de diversos superuniversos. Hablan sobre la historia de Lucifer, aquel ángel que cayó desde las esferas celestiales más elevadas. También hablan sobre la vida de Jesús, a quien yo considero un punkero Mago, un ser muy especial que descendió voluntariamente de las esferas más altas para hacer una tarea tremendamente difícil y su enseñanza es de las más sencillas y por lo mismo la más complicada: el poder del amor. De la energía que lo une y le da vida a todo lo que existe en el universo. Yo siempre estuve en contra de las religiones y el adoctrinamiento de las personas sobre una fé en especifica, pero esta información llegaba a mi de una manera muy misteriosa, mi intuición me guiaba a continuar investigando, aunque mi razón se resistiera.

Así como cuando dicen: “Cuando el discípulo está preparado los maestros aparecen”, en mi vida apareció un maestro muy importante el cual recuerdo con mucho cariño y con el cual aún hoy, después de 13 años, aún guardo una entrañable amistad. Él se llama Jorge Pachón y comenzó a darnos una clase que se llamaba Bidimensionalidad. Esa clase fue una muerte y un renacimiento para mí.

Jorge practica una técnica muy especial, la cual consistía en llevarnos al límite de nosotros mismos, de lo que conocíamos. De cierta manera nos “obligaba” a des-aprender muchos conceptos que ya teníamos enraizados en lo más profundo de nuestro interior, y que habían sido reforzados por las diferentes instituciones, desde el jardín, el colegio, la familia, y la sociedad. Buscaba, por medio de métodos que resultaban muy dolorosos, debido a la fuerza con la que la razón se ata a la “realidad”, que nos desligáramos de muchos conceptos que habíamos aprendido como inamovibles, y comenzáramos a oír la verdad que estaba dentro de nosotros mismos, como una mayéutica de lo sensible, en donde las preguntas no se formulaban directamente sino por medio de pistas sutiles que él nos iba dejando como un catalizador, como quien en un cuento deja migas de pan para que los pájaros no se pierdan: imágenes, textos, canciones, videos y objetos. En aquel entonces no lo veía tan claro, pero debíamos entrenar nuestra sensibilidad para identificar aquellas pistas que no eran otra cosa sino semillas. Sembrarlas dentro de nosotros y darles agua, infundirles el soplo de vida.

Uno de los ejercicios fue muy interesante: Jorge nos indicó llenar un pliego de Cartulina con diversas manchas de tintas de colores. Pero no debíamos pensar como artistas, sino que debíamos hacerlo como como si fuéramos hormigas. Es decir, si en un lugar pequeño de la superficie hacíamos puntos, no podíamos repetir este gesto en ningún otro lugar. Entonces hicimos puntos, bolitas, rayas, manchas de todas las formas, etc. Hasta que las ideas se nos habían acabado y no habíamos llenado ni el 10% de la superficie. Por lo tanto, todos comenzábamos a empujar nuestros límites y comenzamos a hacer cosas fuera de lógica. Por ejemplo, yo terminé tomándome una tinta azul eléctrico y vomitándola en la cartulina. Luego una amiga que se llama Marcela y es bailarina, se quitó los zapatos y untó sus pies con el vomitó azul y bailó sobre su cartulina. Así, poco a poco por medio de ese tipo de actos logramos llenar aquel gran rectángulo blanco. Posteriormente, con la ayuda de un visor, íbamos recorriendo toda la superficie y escogíamos ciertas imágenes que nos parecían interesantes, las recortábamos y así terminábamos con unas 7 u 8 cartas. Eran imágenes muy abstractas, una maraña de manchas de color y texturas. Luego Jorge se sentaba en una mesa, como en una sesión de lectura de cartas de tarot. Nosotros nos sentábamos uno a uno frente a él, mientras examinaba detalladamente las cartas.

A Marcela, la bailarina, le dijo:

-Mmm… bulimia.

Así sin más, sin anestesia. Todos nos miramos extrañados y la miramos a ella. Ella se puso a llorar desconsolada y dijo que sí, que tenía bulimia y estaba en ese momento en un tortuoso tratamiento psiquiátrico. Todos quedamos con la boca abierta, no entendíamos en qué momento en medio de todas esas manchas había visto un mensaje tan claro como: bulimia. No tenía sentido.

Luego pasó otro amigo, Mario Alejandro. Jorge examinó las cartas, cogió una y dijo:

-Aquí hay un muerto, y es chiquito, es un niño.

Y Mario se puso muy melancólico y con los ojos llorosos dijo:

-Sí!, yo quería que naciera, pero ella no quiso, y lo abortó.

No lo podíamos creer, eso nos voló la cabeza, estábamos allí intentando descifrar aquella situación. ¿Cómo podía ver eso con tanta precisión? ¿Cómo en la maraña de manchas aleatorias estaba dibujada nuestra historia más oculta? ¿Aquella que no nos atrevíamos a contarle a nadie y llevábamos guardada en lo más profundo de las bóvedas del alma?

Yo estaba ansioso y temeroso por saber que me iba a decir, ¿cómo no estarlo?, nos sentíamos desnudos ante la mirada reveladora de aquel ser.

Cuando pasé, Jorge tomó las cartas una a una y dijo algo que aún hoy sigo comprendiendo:

 

-Tú eres como el aire.

 

Esa clase fue un antes y un después en mi vida. En ese momento yo tenía el cabello largo, me lo corté completamente, como comenzando un nuevo ciclo, me rasuré la cabeza y quise terminar con esa fase de auto- destrucción que había llegado a ese punto culmine con el suicidio de Fabián y la depresión que a pasos agigantados se tragaba lo que quedaba de mí.

Así que, como parte de una entrega para aquella clase, hice publica aquella ceremonia íntima en la que cortaba mi carne. Quería rendirle un homenaje a mi amigo que se había ido, y prometí no volverme a herir, aquí está mi acción:

 

https://vimeo.com/43290899

Dispuse en el salón de clases un gabinete de madera, un lienzo quemado, y una sucesión de fotografías repetidas con la mitad del rostro pixelado de Fabián, de manera que si el espectador se acercaba a las fotografías solo veía manchas de colores. Pero si se alejaba podía ver mitad de un rostro que se repetía como en un loop e iba cambiando de color. El rostro viajaba entre colores vivos, diferentes tipos de rosa, verdes pálidos, amarillos encendidos y azules cielo a colores completamente oscuros, mórbidos y sanguinolentos. En la parte más oscura, entre las sombras, el rostro se mezclaba con un tentáculo de un pulpo simbolizando la manera en que murió Fabian, ahorcado. También había una grabadora pequeña en la que sonaba repetidamente una canción de Skeeter Davis llamada “The end of the world”. La cual había visto en la película “Girl interrupted”, dirigida por James Mangold, protagonizada por Winona Rider y la hermosa Angelina Jolie. En aquella película hay una chica que se ahorca y suena esa canción una y otra y otra vez, durante varios días, hasta que finalmente la encuentran colgando pendularmente como el badajo de una campana.

Mientras sonaba la canción abrí el gabinete de madera y saqué un bisturí. Hice un corte en mi hombro izquierdo, muy profundo ya que estaba muy nervioso y el bisturí estaba nuevo. Mientras la sangre salía tomé el pincel, no sabía que hacer, no lo había pensado, así que abandoné la razón e intuitivamente dibujé el número 11:11 en el lienzo.

En ese momento había unas 8 personas mirándome, pero había una novena, yo no estaba presente en mi cuerpo, era como si yo flotara a 3 metros arriba de mi cabeza. Recuerdo la escena como si yo estuviera viendo todo desde el techo, fue muy extraño.

Cada persona tuvo una reacción muy diferente: uno se puso a llorar, otro se vomitó, otro se puso de mal genio y otro no quiso mirar. Ivan, el que estaba grabando, se centró solo en la sangre como me lo dijo más tarde.

 

Guardo, con mucho cariño, un escrito que cada uno de ellos realizó ese día:

 

Fragilidad humana, pequeños insectos que vuelan en el inmenso cielo, corriente que fluye pero que golpea, lastimera vida, chocante y duro es el suelo, ¡Cómo me duele mi hermano!

Y el amor, la amistad, no tiene límites, pero no te mates, si es su vida, si, muévete por ella.

Nuestro destino es comunicar, Uriel lastima su cuerpo para lastimar lo malo y horrible que somos, nosotros los seres humanos.

Jogand

 

El dolor fue solo uno. Comenzó, pero no terminó. Se transmitió al agujero de la aguja, que el ayuno debilitó. Se siente en un solo quiebre, pero no se puede controlar.

Si se aprieta, si se mueve, se resiente, solo lo podrá calmar algo más fuerte, como al rascarse se calma la picada del zancudo, pero la picada quedará ahí.

Sentí cierto morbo al tener la cámara y estar grabando. La sangre la sentí solo cuando goteaba, pero hasta que no habló no me puse en otros zapatos. María Teresa Hincapié”

Iván Darío Doncel

 

“Octubre 28/ 2008

Uriel – La autoagresión no sana, ni libera.

El sentir que la vida escapa a través de una herida – el sudor copioso y frío de la muerte, la angustia del cuerpo respondiendo a la agresión nos demuestra que la vida está primero y no hay nada que por grave no pueda ser perdonado y el auto agredirse se convierte en una cobardía y muestra de orgullo.

No enfrentar el devenir diario es miedo a vivir → No hay que temer, vivir y dejar huella.

La vida es hermosa.”

Don Mario

 

“El río de sangre que busca limpiar una herida, la sorpresa colectiva, el repudio de algunos…

Que poético momento aquel donde un ser humano se mete en los zapatos del que ya no se calza… Una catarsis pública.

Intento imaginar el aliento sostenido de todos, ese instante de silencio, solo puedo ver un charco de agua-sangre y pregunto ¿Qué ha pasado? ¿Qué pudo pasarle a Uriel para que esté sangrando?, solo podía pensar en un accidente… Y de repente, un video me revela aquel momento. Entonces entiendo que si hubo un accidente, pero no fue hoy, y que alguien ha muerto y hoy Uriel lo trajo al salón por unos minutos, que se hizo parte de nosotros también.”

Claudia Escobar

 

“Performance

Al ver este acto inesperado, una mezcolanza de sensaciones ocurrió en mi mente y cuerpo, una trasfusión de dolor, desprecio, repudio, risa, pasaron fugazmente por mí y sin dejar una conclusión clara. No podía calificar, dar un juicio “a mi manera” bueno o malo acerca de este acto. Un signo de interrogación cubría mi pensamiento, anhelando tener una respuesta o una lectura de esta acción hacia nuestras vidas.

Este artista, después de su acto, logró que a mi mente llegaran imágenes de muerte, suicidio, depresión, un fogonazo de un segundo en donde, preguntando, me respondí a mí mismo acerca del significado, que se traduce en una huella que toco a este personaje y que muchas veces toco a otras personas y que deja al pasar el tiempo grietas en los sentimientos, en nuestro ser, que a veces son difíciles de borrar.

Alfonso Durán. T.A.- 2008 – 3° semestre”

 

 

“… De repente, descubrí que el protector le servía más a sumercé que a mí.

Vinieron muchas letras a mi imagen eléctricamente neuronal, canciones de dos minutos, letras nostálgicas de bandas neonazis, cuentos que redactaron mis huellas digitales hace unos años, cuentos de Andrés Caicedo…

Recordé el sufrimiento en vida que padecí a raíz de perder algo, y más aún recordé que tal vez no me dolía el objeto perdido sino el momento de inercia al detener el bus, recordé que el dolor era mío por que el personaje ausente ya no sentía.

Sentí y siento ganas de cortarme, volvió esa nostalgia, esas físicas ganas de llorar, ilustrar un vector en alguna sección de la superficie de mi dermis y en contraparte suya, reitero estar en contra de la persistencia del tiempo.” 

Camilo Manrique

 

“El performance de Uriel logró hacerme recordar muchas cosas, porque en la vida pasan cosas buenas, malas, y algunas muy difíciles. Él se hizo está cortada en su piel, pero más que todo esto, cortado está en su alma, así como todos tenemos marcas, heridas que sangran constantemente. Él hizo visible lo que todos tenemos adentro, guardado en lo secreto.

Por eso me gustó mucho, porque yo he sentido lo que él ha sentido.”

Adriana María Cruz - 28 octubre / 2008

 

Gracias a esa acción y a los escritos de las personas que estaban allí, comprendí que mi proceso de sanación comenzaba en la medida en la que utilizaba mi sensibilidad para tocar la realidad de los otros. Di cuenta que podía ser un puente y que la gente se podía identificar con un acto, de alguna manera podía hacerles sentir lo que yo sentía, y así mismo yo podía sentir lo que ellos sentían. Me sentí unido a las personas de una manera muy especial, ese momento fue único, di cuenta que la separación es una ilusión, que todos y cada uno tenemos miedo y nos sentimos solos. Ese acto nos unió de una forma muy singular y en algunos casos evolucionó en una amistad muy fuerte.

En aquel momento dije: listo, ya está, sané. Pero la vida no es tan fácil y da muchas vueltas.

Hay una frase de Joë Bousquet que ilustra muy bien lo que siento:

¿Le han dicho que la vida es bella? No, la vida es redonda

 

Cuando terminé de hacer mi acción, Jorge me dijo:

-Uriel, tiene que ir a un hospital a que lo curen.

Ese día, cómo estaba tan nervioso, apreté con mucha fuerza el bisturí y casi corto el músculo. La sangre como un río desbordado no dejaba de salir. Tenía el brazo cubierto de rojo y en el piso se iba formando ya un notable charco oscuro.

Yo le dije al profesor:

No, no es necesario, yo siempre he dejado que las heridas se curen solas.

Pero Jorge subrayo que era imperante, la herida era muy profunda.

Un amigo, Camilo Manrique, había hecho otra obra: Un chaleco antibalas con toallas higiénicas. Él rápidamente me prestó una y me la pegaron al brazo con cinta de enmascarar. Entonces llamé a mi novia de ese entonces, Tatiana.  Ella estudiaba psicología. Le pedí que me acompañara al hospital, se puso furiosa, me regañó y me dijo que para eso estudiaba artes, para hacer cosas sin sentido, y continuó una retahíla de varios minutos que la verdad no escuché. Ella no entendía nada, solo miraba la situación desde su dolor y su angustia, pensaba que la persona que ella amaba simplemente quería escapar de este mundo. Hoy entiendo su dolor, y su angustia, sin embargo, en aquel momento no la entendí y colgué el teléfono.

Tuve que ir a la clínica más cercana, la clínica infantil Colsubsidio. Cuando llegué todo el mundo me lanzaba miradas extrañas, y claro no era para menos, un muchacho lleno de sangre, con cortadas en los brazos y una toalla higiénica pegada con cinta de enmascarar en uno de ellos, suena bastante particular, lo acepto.

Finalmente, después de esperar un buen rato, me llamó una enfermera, y mirándome extrañada me dijo:

- ¿Bueno, y a usted que le pasó?:

Yo le conté todo. Le dije que estaba estudiando artes y que estaba haciendo una acción en homenaje a un amigo que se había suicidado hace poco tiempo. 10 minutos después, poco a poco se fue arremolinando a mi alrededor un grupo de 8 enfermeras, ellas escuchaban atenta y morbosamente mientras yo les hablaba sobre que es el arte contemporáneo, el por qué había hecho la acción, y por qué me había cortado tantas veces. Todas me dijeron que era muy interesante, pero que no me podían atender en ese hospital porque yo acababa de cumplir la mayoría de edad.

Así que me limpiaron la sangre, me pusieron un esparadrapo y salí caminando hacia otra clínica mientras todas se despidieron deseándome lo mejor, caminé entonces hacia la clínica San Ignacio en la universidad Javeriana.

Allí me encontré con Tatiana, la cual siguió reprochándome durante una interminable hora.

Al llegar me encontré ante una recepción con un muro de vidrio, la enfermera detrás de la barrera me miró de reojo, me preguntó a que venía, y me dio un formulario que tenía que llenar antes de poder pasar a que me cosieran la herida.

 

Me hice a un lado mientras llenaba el formulario para no molestar a los demás pacientes, cuando oí los lamentos de un señor vestido de overol azul, él cual solo decía: Ayudeme señorita, por favor ayúdeme, mientras se le escurrían las lagrimas entre los cachetes, miré sus manos y en la mano derecha le faltaban el dedo meñique y anular, los cuales tenía en su otra mano entre un pañuelo. La señorita alzó una mirada fría y le dijo lo mismo que a mí: tiene que llenar este formulario. Los dos la miramos desconcertados, yo no soporté la falta de humanidad y le repliqué: ¡que no ve que no tiene dedos! A lo que la señorita respondió con un simple: todos tienen que llenar el formulario. Es increíble el grado de deshumanización y de falta de empatía de algunas personas que trabajan en el sistema de salud en donde aquel mismo sistema les ha llevado a un nivel de incoherencia inaudito. Aquella señora no era una enfermera, era una máquina sin emociones vestida de blanco, y además dolorosamente orgullosa de serlo. Le dije al señor que no se preocupara y le ayudé a llenar el formulario.

Finalmente, 2 horas después de llegar, me ingresaron a una sala ancha e iluminada con varias camas, en donde había 4 personas, cada uno narró la historia de su herida, cada una tenía un relato diferente: uno se había roto un pie y lo tenía al revés, otro tenía el tabique sanguinolento hecho girones, el otro era el señor que se había cortado los dedos en el trabajo, al cuarto no lo recuerdo, pero algo tenía en el estómago. Y ahí estaba yo, de nuevo era el raro hablando sobre pactos suicidas, el arte contemporáneo y el performance.

Aquella fue la única herida, de todas las que me causé, que me cosieron, me dieron 9 puntadas.

Al cabo de un tiempo llegó mi mamá y mi hermana, ellas fueron muy comprensivas, como solo lo sabe ser la familia. No me dijeron nada y me acompañaron amorosamente, en silencio, fui muy afortunado. Caminábamos entonces los 4, mi mamá, mi hermana, Tatiana y yo por un pasillo largo y blanco, al final de este podíamos divisar la salida del hospital.

Cuando íbamos a atravesar la puerta un celador de bigote y uniforme azul oscuro atravesó su macana negra, llena de rasguños y me dijo:

-Un momento, tengo la orden de no dejarlo salir, antes lo tiene que ver un psiquiatra.

Yo me reí. A mi mamá, a mi hermana y a Tatiana no les hizo mucha gracia.

 

Me llevaron a un consultorio.
 

Allí, detrás de un escritorio, había un hombre de mediana edad con bata blanca. Su expresión demostraba enojo, tenía un esfero y una libreta en mano. Comenzó el interrogatorio.

¿Cómo se llama usted?, ¿Cuántos años tiene?, ¿A qué se dedica?, ¿Tiene amigos? ¿Novia? ¿Cómo se la lleva con sus papás? ¿Qué le paso en el brazo?, ¿Cómo se siente?, ¿Porque lo hizo?, ¿Toma medicamentos? ¿Qué tipo de medicamentos?, ¿intentó suicidarse? ¿ha intentado suicidarse en el pasado? ¿Ha tenido o tiene alucinaciones?, etc.

Sabía que muy probablemente no iba a entender todo lo que le iba a decir, sin embargo no me importó, después de haber vivido un infierno, calles agrestes entre sudores fríos, metales afilados, falsas amistades y alcoholes adulterados, peleas sin sentido, sustancias que me robaron poco a poco la sonrisa, traiciones dolorosas, odios justificados e injustificados,  amores imposibles y un pacto que me había llevado a ver la muerte directo a los ojos, a mi propio vacío, sentía que después de todo eso ya no importaba nada, y al mismo tiempo extrañamente importaba todo, y hablé con la verdad, con la tranquilidad de llevar un fuego intenso y sereno en mi pecho. Comencé a montar toda la exposición en su consultorio, las fotografías de Fabián que terminaban en la imagen del pulpo, la grabadora, el lienzo pintado con sangre, el gabinete, el pincel, el bisturí. Le describí todo con mucho detalle y le hablé apasionadamente sobre como esta acción me había ayudado a expresar todo ese dolor que antes no podía salir. Le hablé de como el arte me estaba permitiendo vivir el duelo de manera creativa, y que me había dado la oportunidad de comenzar a sanar una herida espiritual mediante un acto destructivo, un homenaje. Le hablé con el corazón en la mano… no solo le estaba hablando a él, me estaba hablando a mí mismo.

El psiquiatra me seguía persistentemente con una mirada inquisidora. Yo me sentía terriblemente examinado, con una sensación incomoda de estar desnudo ante un auditorio y que cada persona estuviera observando y analizando hasta la más mínima comisura de mi cuerpo.  Todos los ojos del mundo estaban escudriñando nerviosamente mi vida a través de aquel psiquiatra, no me miraba una persona, me miraba una institución, mientras de su boca solo dejaba escapar sonidos cuyo significado no podía adivinar:

-uhmm… uhjummmm… mmmm… jmmjmmm - ujummm… mmm….

Mientras tanto su mano derecha, de manera firme y decidida, escribía sin descanso entre hojas blancas llenas de garabatos incomprensibles.

Al final, cuando terminé de hablar, dejó su libreta en el escritorio y me dijo:

-Bueno, yo la verdad lo felicito. Nunca había visto algo así, que alguien trabajara con su propio dolor para crear algo y sanar. Yo no lo veo ni triste ni deprimido, ni con ganas de suicidarse, y todo lo que me dice tiene sentido. Así que le deseo muchos éxitos y siga su camino.

Abrí muy profundo mis ojos hacia adentro, y respiré tranquilo, con la certeza de que no me esperaba un cuarto blanco.

Ese día sentí que nací de nuevo, de otra forma. Fue un nacimiento muy inusual, angustioso como todos los nacimientos, tormentoso como todas las muertes que había escogido para mí mismo. Había ganado una batalla frente al mundo y di varios pasos, dolorosos pero agigantados hacía la esencia de mí mismo, hacía un insondable misterio íntimo que me aguardaba.

Di cuenta que esas cicatrices que me había causado… se habían convertido en una flor en mi vida.

Los meses continuaron y poco a poco todo se desvaneció en el tiempo, por un periodo de varios años.

Un día, en algún momento, sentado en la computadora en la noche, algo extraño sucedió.

 

Estaba dibujando mientras escuchaba música y un pop-up apareció en la pantalla. Pensé que era un anuncio aburrido y guie el cursor para cerrar la ventana, cuando leí la primera frase:

- Le dijiste a la gente que es la hora once...

Me quedé sin palabras...

Aún hoy, en medio de una pandemia, me maravilla la relevancia y claridad de este mensaje, siempre lo leo de nuevo cuando pierdo claridad, y lo comparto cuando pienso que alguien en necesita. Es una increíble fuente de esperanza, y me gustaría compartirlo con usted hoy.

Aquí está el mensaje que apareció misteriosamente en la pantalla aquella noche:

 

“Le dijiste a la gente que esta es la hora once.
¡Ahora debes volver y decirle a la gente que ésta es la hora!

Y hay cosas que deben considerarse:
¿Dónde estás viviendo?
¿Qué estás haciendo?
¿Cuáles son sus relaciones?
¿Estás en la relación correcta?
¿Dónde está tu agua?

 

Conoce tu Jardín.

Es hora de hablar tu verdad.
Crea tu comunidad.
Sé bueno contigo mismo.
Y no busques fuera de ti
un líder.
¡Éste podría ser un buen momento!

Hay un río que fluye muy rápido.
Es tan grande y rápido
que hay quienes tendrán miedo.
Ellos se aferrarán a la orilla.
Ellos sentirán que se los está destrozando, y van a sufrir mucho.

Sepan que el río tiene su destino.
Los ancianos dicen que
debemos soltarnos de la orilla,
empujarnos hacia el medio del río,
mantener los ojos abiertos,
y la cabeza por encima del agua.
Ver quién está allí con ustedes
y celebrar.

En este momento no debemos tomarnos nada personalmente,
mucho menos a nosotros mismos.
Porque en el momento en que lo hacemos, nuestro crecimiento espiritual se detiene.

El tiempo del lobo solitario ha terminado.
¡Reúnanse!
Destierren la palabra lucha
de su actitud y su vocabulario.

Todo lo que hagamos ahora debe hacerse
de una manera sagrada y en celebración.

Nosotros somos aquellos a los que hemos estado esperando.”


Los Ancianos,

Oraibi, Arizona,

Nación Hopi

Notas: 

  • PEREC, George, Lo infraordinario (L'Infra-ordinaire), Editorial Impedimenta, 2008.

  • BLAKE, William, El matrimonio del cielo y el infierno (Le mariage du ciel et de l’enfer), Oxford University Press, 2003.

  • PAZ, Octavio, Piedra de sol: The Sun Stone, Cosmos Publications, 1969.

  • CASTAÑEDA, Carlos, El arte de soñar (L’art de rêver), México, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V., 2017.

  • Benítez, J. J., La rebelión de Lucifer, Barcelona, Editorial Planeta, 2005.

  • Urantia Foundation, El libro de Urantia, Nueva York, Urantia Foundation, 1955.

  • Proverbio Zen.

  • Mangold, Inocencia interrumpida (Une vie volée o Jeune fille interrompue), Estados Unidos, Columbia Pictures, 2000, 127 minutos.

  • BACHELARD, Gastón, La poética del espacio, México, Fondo de Cultura Económica, 2000.

Uriel Ladino Rojas © Copyright 2021 . All Rights Reserved                                                                                                                                                       uriel.ladinorojas@gmail.com

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